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martes, 16 de septiembre de 2014

Tres días.

No puedo creerme que en tres días te voy a tener aquí, en el mismo lugar donde estuviste hace dos meses, donde dejaste huella. Nos queda poco para saciar los dolores de cabeza y de ausencia, taparemos los agujeros que los ratones dejaron en el alma. Eres la aguja que me perfora una y otra vez, intentando curar esas cicatrices que tú mismo causaste al irte, y me haces daño así. Porque tú me dueles profundamente, porque conozco las despedidas mejor que nadie y nunca han sido de mi agrado. Aun así, me toca convivir con ellas hasta que digamos basta. Y sonará contradictorio, pero no quiero terminar con esto, porque me gusta sentir la esperanza de que estás, aunque duela en la misma medida. Y pasan las horas y cuento los días, como he hecho en estos últimos cincuenta. Porque dos meses son mucho tiempo, y aunque le intentemos quitar hierro al asunto, ni el mejor de los magos hará desaparecer el maldito vacío que han dejado tus puñales ilusos. No entiendo cómo puedes sobrellevar esto sin padecer, tal vez soy yo que sufro por los dos, o que tenemos diferentes perspectivas de la vida, tú siempre eres feliz.  
Y quiero verte, joder, pero odio esta miserable rutina de tenerte a efímeras temporadas. 
Es fácil decir que es fácil vivir de este modo, lo complicado es vivir sintiendo.

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