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viernes, 14 de noviembre de 2014

Tormenta y él

Los días pasan lentos, como las gotas que corretean por el cristal, silenciosas y tranquilas, sin darle importancia al tiempo.  Ella sigue sin asimilar que de nuevo ha entrado en la amarga rutina de echarle de menos, de perderse en el silencio chirriante de no tenerle y de ahogarse en su propia lamentación. No lo ha perdido, pero se siente como si fuese así, ya que el simple hecho de no sentirle le provoca un vacío en el pecho que no tiene la intención de cesar. Y permanece, todos los días, mañana, tarde y noche, esperando oír su voz pronto. Y el dolor sigue ahí, el recuerdo de su mirada se ha clavado profundamente en su nuca, y no parece borrarse. Siempre lo encuentra en el mismo lugar.
Y sigue lloviendo. Y ella se deja empapar, quiere pactar con la lluvia el próximo día en que se reencontrará con él. Y las gotas cristalinas recorren ahora su rostro, intentando adentrarse en sus poros como lo consiguieron sus besos.
En ocasiones él es como la lluvia de mañana, mientras que ella es esa tormenta nocturna, estruendosa e impaciente.