Es por esa razón que ahora estoy conduciendo en su busca porque estoy casi seguro de dónde está. Aparco en el descampado y me quito las zapatillas. La suave arena de la costa de Barcelona me acaricia los pies y me hundo en ésta.
La brisa marina me roza las mejillas con delicadeza y cierro los ojos unos instantes. Es uno de esos instantes que uno desearía que no terminasen nunca, de ésos en los que nos olvidamos de todo por milésimas de segundos, de ésos en los que la mente se queda en silencio y no tenemos miedo. Es uno de esos instantes por los que vale la pena la vida.
Abro los ojos de nuevo y la veo a lo lejos. Su cabello color chocolate se mueve al ritmo de las olas y yo me quedo ahí, observándola sin atreverme a dar ni un solo paso. Se ve tranquila, alejada de la realidad, junto a sus maletas.
Me acerco en silencio hasta donde está ella y me detengo una vez estoy detrás.
-¿Por qué te has ido? –pregunto, llamando su atención, pero ella no se vuelve para mirarme ni nada, se queda quieta casi sin inmutarse.
-Necesitaba irme…
-¿Y por qué no me lo has dicho?
-¿Por qué iba a decírtelo? –se levanta, mirando al mar.
-Hombre, Laia, no sé, pero creo que hubiese sido lo correcto, creo que no me he portado tan mal contigo como para que te vayas sin decirme nada…
-¿Mal? Es normal, te convenía si querías llevarme a la cama –coge torpemente las maletas con la intención de irse de la playa.
-¡¿Qué?! Laia, estás equivocada si...
-No –me corta-, no me digas que estoy equivocada, los dos sabemos que es así, que he sido el segundo plato, pero tranquilo, sabía dónde me metía.
-Te prometo que jamás pensé que llegaría a ese punto contigo, no creí que nos acostaríamos, no era mi intención… -intento aclarar la situación mientras camino tras ella.
-¿Y cuál era tu intención, Pablo? Explícame, porque estoy dudando del buen recuerdo que tenía de ti…
-Eres mi amiga, mi ex –corrijo-, sólo acepté que te alojases en mi casa. Además, tú también tienes parte de culpa de lo que ha ocurrido, algo no pasa si uno de los dos no quiere, y yo no te obligué a nada.
-¡Pablo, no soy de piedra, ¿sabes?! Te quiero y si veo que quieres estar conmigo, ¡¿qué quieres que haga?!
-Joder, Laia, lo siento, ¿vale? Estuve muy pillado por ti, y verte de nuevo ha despertado algo en mí, pero lo siento mucho, me he equivocado, lo acepto, y no te quiero como tú me quieres a mí…
-Por eso me voy, no puedo seguir teniéndote cerca, espero que me entiendas…
-Pero no quiero que te vayas, quiero que sigamos siendo amigos…
-¿Amigos cómo? ¿Con derecho a roce? No estoy dispuesta a seguir con esto, me duele, entiéndeme.
-¡No! No me refiero a ese tipo de amistad… Amigos, sólo amigos, ya sabes, no quiero que todo se vaya a la mierda por un par de deslices.
-¿Deslices? El problema es que para mí ha sido más que eso, por eso no puedo seguir así…
Me quedo en silencio, no sé qué contestarle. Ojalá pudiese volver al pasado y cambiar todo lo ocurrido. No me hubiese emborrachado el domingo y no me hubiese acostado con ella.
-Quédate esta noche en mi apartamento, mañana ya hablaré con Javi a ver si puedes quedarte en su casa…
-No es necesario, de verdad, me buscaré la vida –llegamos a la carretera.
-Laia, por favor, no me gustaría acabar mal contigo.
-Tú te lo has buscado.
-Estoy intentando rectificar esos errores que he cometido.
-Está bien, pero no me hables, por favor, déjame en paz. Mañana desapareceré de tu vida, ¿de acuerdo?
-Gracias…
Me mira con descaro y aparta la vista de repente, como si de un bofetón se tratase. Vamos hacia el coche y hago el indicio de sujetarle las maletas.
-Ya puedo yo sola, gracias- sentencia, arrebatándomelas de las manos y dejándolas dentro del maletero.
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