-Que debería haberme quedado todos estos días a dormir en casa de Javi, lo único que he conseguido ha sido meterte en problemas.
-No me has metido en problemas –aclara Pablo.
-Tú ya me entiendes –entrecierro los ojos, intentando que entienda que me refiero a lo que ocurrió anoche.
-El tema… de Aroa ya es pasado, ha sido una relación… que no tenía futuro.
-¿Todavía sigues mintiendo? Te voy a dar un consejo, no mientas, porque no sabes hacerlo bien –le aparto de mi camino y voy hacia la cocina.
-Tú tampoco sabes mentir –sonríe desde el marco de la puerta y me siento sobre la encimera.
Va hacia la nevera y saca dos cervezas, de las cuales me tiende una y yo la acepto sin pensármelo. Se bebe media de un solo trago sin apartar la vista de mi rostro.
-¿Por qué lo dices? –pregunto después de una larga pausa.
-No me lo puedes negar –se apoya en el mueble, a mi lado, y da otro trago. Me pierdo en el dulce movimiento de su nuez al tragar la cerveza y trago saliva, aferrándome a la serenidad.
-¿Puedes explicarme a qué te refieres con eso? –pregunto, mirándole fijamente.
-Los sentimientos no se pueden esconder fácilmente así como así… -se acerca más y se coloca en frente de mí, con mis piernas de frontera entre los dos.
-Pablo, es mejor no hablar de ello, ¿vale? –Me aparto un poco de él, yendo en contra de mis propios deseos e intentando pensar con claridad.
-Tienes razón –susurra.
Sus ojos color carbón se clavan en los míos, penetrantes y profundos. Mi corazón da un vuelco al sentirle tan cerca, y doy un sorbo a la cerveza para disimular el efecto que Pablo provoca en mí. Él deja su lata a un lado y me vuelve a mirar fijamente. No puedo irme de la cocina, me tiene atrapada sobre la encimera. Se abre camino entre mis piernas, lo cual me obliga a separarlas, para así estar aún más cerca de mi rostro. Ya no tengo espacio para pensar, mi vista se nubla al intentar mirarle a los ojos y mis pulsaciones se aceleran cada vez más.
-Pablo, esto no está bien –susurro cerrando los ojos, con la voz temblorosa.
-Desde que llegaste, nada está bien aquí –murmura entre dientes, con un repique de rabia en sus palabras.
-Nunca lo ha estado desde que te conocí –reprocho intentando fijar mi mirada en la suya para remarcar mis palabras.
-Seamos desconocidos, pues –muerde mi labio inferior, rompiendo con el poco espacio que quedaba entre nuestros rostros y haciendo que pierda el control de mi cuerpo.
Muy lejos de allí, en un hotel de Milán (Aroa)
-Es gracioso, ¿sabes? ¡Quién diría que nos volveríamos a ver después de tanto tiempo, pensé que ya te habrías olvidado de mí! –me comenta Darío, en la puerta de mi habitación de hotel.
Ha querido acompañarme después de despedirnos de Andrea.
-Sabes que no, yo no me olvido tan fácilmente de la gente –le contradigo y sonríe.
-Más te vale que ahora que ya no sientes nada por mí no me olvides…
-¡Para nada! Me debes, por todo lo que me has hecho pasar, una conversación por Skype por semana, ¿prometido?
-Prometido. Por cierto, ya que te vas mañana por la noche, ¿podrías venir mañana a cenar conmigo? Quiero acompañarte luego al aeropuerto –sonríe de oreja a oreja.
-No hace falta, Darío, no tienes por qué…
-Aroa –me corta-. Quiero aprovechar el poco tiempo que te voy a ver, porque ves a saber cuándo nos volveremos a encontrar…
-Está bien- acepto su propuesta-. Recógeme a las diez.
-Aroa, no sé si estás enterada, pero aquí se cena más pronto –ríe.
-Bueno, vale, decide tú la hora –suelto una carcajada.
-A las ocho te espero en el portal.
-¡Perfecto! –le doy dos besos para despedirme-. Buenas noches, Darío.
-¡Buenas noches, Aroa! –y se aleja por el corto pasillo hasta llegar a las escaleras.
Desaparece y yo me quedo ahí, recapacitando. El pasillo se convierte en completo silencio y sin causa ni razón alguna, mi cuerpo empieza a tambalearse y mi estómago a temblar. Y río, río sola, apoyada contra la puerta de mi habitación, sin motivos para hacerlo. Necesitaba reírme, deshacerme de toda la tensión acumulada y no puedo parar de reír.
-Pablo, necesito verte –grito de repente, con los sentimientos a flor de piel.
Y lo necesito de verdad, tenerle cerca, sentir su cuerpo contra el mío y observar su mirada oscura como si no hubiese mañana. Mañana será el último día aquí. Hoy llego, mañana me voy… No hay quien me entienda, pero, ¿cómo me va a entender alguien si no me entiendo ni yo misma? Y vuelvo a reír sin límite hasta el punto de faltarme el aire.
Estoy feliz, feliz por haber descubierto mis verdaderos sentimientos y por haber roto con un pasado torturante. Me alegro por haber sido capaz, estoy orgullosa de mí.
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