En un local de Barcelona (Pablo)
Me llevo a la boca la quinta cerveza y la termino de un trago antes de dirigirme a la salida para tomar el aire. Esquivo con cuidado a la gran multitud que se ha levantado de los asientos para bailar en medio de la pequeña pista y abro la puerta del local. El viento de noviembre se desliza bruscamente por mis mejillas, al igual que el amargo sentimiento hacia Aroa. No puedo evitar que su imagen aparezca en mi mente cuando necesito desconectar de todo lo ocurrido. Debo hacerme a la idea de que no voy a volver con ella, debo olvidarla desde ya.
-¿Pablo? –me giro al escuchar una voz femenina a mi espalda y sus ojos marrones se clavan en mí.
-Hola, Laia –se sienta con torpeza a mi lado en el bordillo de la acerca y rodea sus piernas con los brazos, encogiéndose. Enciende un cigarro y da una gran calada con una delicadeza y sensualidad extrema-. No sabía que fumases –me sorprendo de sus actos.
-Y no fumo, sólo en fiestas… -aclara.
Nos quedamos en silencio, alejados del mundanal ruido del local y el olor a tabaco comienza a inundar el ambiente húmedo de la noche barcelonesa.
-¿Por qué has mentido? –susurra, rompiendo con el mutismo que se había apoderado de nosotros.
-¿Mentir en qué? –intento que me aclare su pregunta.
-Sigues enamorado de ella y les has dicho que no…
-Tú no sabes nada –sentencio, sin ganas de dar explicaciones.
-Te conozco aunque no lo creas, uno no se desenamora de la noche a la mañana, ¿sabes?
-Genial, soy una excepción –sonrío sarcástico.
-No intentes convencerme de lo contrario, sé que mientes. Deberías aceptar la realidad.
A su lado (Laia)
-Sólo te estoy diciendo lo que pienso –se queda mirando un punto fijo en el suelo, impasible.
-Eres imbécil, ¿por qué te engañas? La quieres y punto. ¿Qué problema hay en decir la verdad?
-¿Quieres dejarme en paz? ¡Joder! –se gira de repente hacia mí y me mira furioso.
Me levanto de un salto y me alejo de allí. ¿Cómo se atreve a hablarme así? ¡Sólo quería ayudarle! Él se lo pierde. Entro de nuevo en el local, en busca de Raúl y Javi y, una vez los diviso al lado de la barra, me acerco a ellos.
-Me voy ya –les indico.
-Está bien, nosotros también, así os acompañamos a casa –me sonríen y nos dirigimos hacia la salida.
-¡Pablo! –grita Javi, acercándose al chico.
En ese bordillo (Pablo)
Me giro al escuchar la voz de Javi a lo lejos y veo cómo éste se acerca a mí con paso acelerado.
-Pablo, oye, que nos vamos ya –comenta, apoyándose en mi hombro.
-Bien, vamos –me levanto con dificultad y con la ayuda de la mano de Javi, y caminamos hasta donde están Raúl y Laia.
Laia aparta la mirada hacia la carretera en cuanto me coloco a su lado y frunce el ceño. No he querido responderle de esa forma tan brusca, pero eso le ocurre por meterse donde no la llaman. Caminamos los cuatro de vuelta a casa y rápidamente llegamos a mi apartamento.
Saco con torpeza las llaves de mi bolsillo y abro el portal.
-Bueno, chicos, gracias por acompañarnos –susurra Laia, despidiéndose de Raúl y de Javi.
-Adiós- respondemos los tres al unísono.
Los dos chicos siguen andando y se alejan del edificio. Sólo quedamos Laia y yo, solos, enfadados. Entramos al ascensor en silencio y los dos dejamos caer nuestras espaldas sobre las paredes frías de éste. Nuestras bocas son incapaces de pronunciar palabra alguna y la situación parece cada vez más tensa. Es como si se hubiese detenido, tanto el ascensor como el tiempo, y ese ascenso hasta la planta correcta fuese eterno.
Pero no lo es. Se detiene y sus puertas se abren de par en par con un ligero desplazamiento. Dejo que ella salga primero y la sigo hasta la puerta del apartamento. Abro y, sin ni siquiera encender las luces, Laia se dirige a mi habitación.
En ese mismo apartamento (Laia)
Entro en la habitación de Pablo en silencio. Estoy deseando quitarme los tacones, que me han dejado las plantas de los pies destrozadas. Me deshago de mi vestimenta y voy hacia el armario en busca de algo más cómodo. Me tapo con un pantalón de chándal y una camiseta de manga corta blanca.
Me sorprendo al ver cómo la puerta del dormitorio se abre de par en par dando un golpe contra la pared. Por suerte, ya estoy vestida, aunque realmente él ya ha visto todo lo que hay para ver. Pablo se quita la camisa negra de forma desenfrenada y la deja caer en el suelo. Saca del armario una camiseta verde y se cambia, lo mismo hace con los pantalones. Observo su cuerpo sin moverme desde un rincón de la habitación y trago saliva al sentirme tan atraída por él. Nuestras miradas se encuentran, frías, indiferentes, en silencio. El abismo entre nosotros es enorme, cada vez más, y la situación más y más incómoda con el paso de las horas.
Voy hacia la cama y arranco la manta que reposa encima.
-¿Qué haces? –pronuncia Pablo, viendo mi gesto.
-Duermo en el sofá –respondo dándole la espalda y me limito a caminar con la manta a cuestas hasta la sala de estar.
-No, Laia….
-Pablo, no quiero dormir en tu cama –dejo la manta sobre el sofá y la empiezo a colocar bien.
-Si es ésa la razón, ya me voy yo a dormir al sofá –se refriega los ojos.
-¡Que no! Es tu casa. La verdad, no sé qué hago aquí.
-¿Qué quieres decir? –se acerca a mí y espera una aclaración.
Vaya que intriga
ResponderEliminarSaludos
Hace mucho que no escribo aquí (lo que no quiere decir que no siga pasándome ehh). Debo admitirlo, me gusta que Pablo y Laia se hayan peleado jajaja. Aunque creo que no deberían terminar así. Antes que nada son amigos, y no es bueno terminar una relación de años (pues si, me ha pasado :( )
ResponderEliminarSIGUE ASÍ. Ya lo dije un millón de veces y lo voy a seguir diciendo: escribís maravillosamente y esta novela cada día me atrapa más.
Un beso enorme enorme